¿Contra el neoliberalismo? Que nadie gane
FELIPE SCHWEMBER Faro UDD
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FELIPE SCHWEMBER
El “horizonte de superación del neoliberalismo” es la meta que tiene a la vista el Gobierno, como oportunamente nos ha recordado el senador Latorre. Esa meta es tanto más vaporosa cuanto más indeterminado es el concepto mismo de “neoliberalismo”.
Y, la verdad sea dicha, la izquierda —y sobre todo la más dura— se ha complacido, regodeado incluso, en esa indeterminación, que le ha servido para disparar a mansalva contra todo aquello que le parece son los males de este mundo: el economicismo y la codicia, la austeridad fiscal, pero también la deuda pública; el afán de consumo; las colusiones, pero también la competencia; la socialdemocracia, la globalización, serían aspectos o manifestaciones del neoliberalismo.
“El problema de orientarse por un significante vacío es la inanidad de los propios esfuerzos. Aún no sabemos qué significa superar el neoliberalismo ni cuál es exactamente su alternativa, sobre todo después del fracaso del proyecto constitucional”.
El problema de orientarse por un significante vacío es la inanidad de los propios esfuerzos. En tal caso, con suerte puede saberse lo que no se quiere, pero no aquello a lo que positivamente se aspira. Por eso, hasta ahora, no sabemos qué significa superar el neoliberalismo ni cuál es exactamente su alternativa, sobre todo después del fracaso del proyecto constitucional (al que, dicho sea de paso, el historiador Gabriel Salazar calificó en una entrevista post-plebiscito de “neoliberal”).
No es el socialismo de toda la vida ni, tampoco, —salvo para el inefable Partido Comunista, claro— el modelo cubano. ¿Qué es, entonces? Dada la política del Gobierno y sus declaraciones, pareciera que la idea residual fundamental es evitar a toda costa que pueda verificarse el infortunio social de que alguien gane; de que si no se puede terminar de desmantelar lo que hay, puedan atajarse al menos las posibilidades de ganancia.
¿El TPP11 ofrece una oportunidad? Pues entonces hay razones de sobra para dilatar su entrada en vigor. ¿Hay demanda por litio? Entonces lo mejor que se puede hacer es dejar que repose eternamente bajo las arenas del desierto. No vaya a ser el caso de que alguien gane si se permite su explotación. En los hechos, la pobrísima filosofía que subyace a la superación del neoliberalismo parece reducirse a la máxima “que nadie gane”, que se aplica universalmente a la ciudadanía, con la excepción, por lo visto, de algunos asesores.
Pero, ¿y si la máxima “que nadie gane” lleva a que todos pierdan? ¿Es aceptable que algunos ganen para que otros no pierdan? ¿Se deben tolerar las ganancias en ese caso? No, eso sería demasiado neoliberal. Eso todavía es la subsidiariedad. Parece que lo importante es que pierdan los que tienen que perder (los que tienen «demasiado” o han ganado “excesivamente”).
Pero si la suerte de esos está unida a la de otros, la disyuntiva empieza a adquirir un cariz trágico. Los que se afanan por superar el neoliberalismo intentan evitar ese cariz por medio de ciertas medidas, que constituyen la economía política ad hoc de la máxima “que nadie gane”: empresas estatales, sustitución de importaciones, autarquía y otras similares. Esas medidas —que vuelven el horizonte post-neoliberal indistinguible del mundo pre-neoliberal— son concordantes con el fin de que nadie gane, pero inconsistentes con el fin que pretenden (“mejorar a todos por igual”).
En lugar de orientarse por una máxima que produce una mala política económica y que nace de una falsa disyuntiva (“unos ganan porque otros pierden”), el Gobierno podría probar orientarse por otra, sugerida por un viejo filósofo escocés: “Que unos ganen para que todos ganen”. Es una máxima antigua y probada, sobre la que además no puede recaer la sospecha de ser neoliberal.